Al reino de la poesía se regresa con corazón de niño,
se vuelve para descubrir el vergel de un casto latido,
y se llega con la sonrisa de la franqueza en los labios;
acariciando una vida joven, despojada de todo poder,
para no hallarse con Herodes y transfigurarse en sol.
El destello del verbo nos envuelve en la mejor dicha,
nos abre horizontes para hacernos crecer por dentro
y recrearnos por fuera, nos insta a volar en la palabra,
a reencontrarnos con la fuerza de la vida y la bondad,
a descubrirnos junto a Jesús, a ser tiernos y eternos.
Si perdemos el sentido de la búsqueda, nada somos,
hemos desaprovechado andares que no son prueba,
nos habremos servido de Dios en vez de servir a Dios,
caminaremos en la confusión mundana del egoísmo,
y abandonaremos ese tenor poético que nos ablanda.